Vivimos consternados desde que los medios de comunicación aseguraban que Johan Cruyff padecía una seria enfermedad pulmonar.
Es inevitable que a uno le asalten los recuerdos
de su infancia, memorias llenas de esa alegría que representaba el hecho de volver a ver al Dream Team, de reencontrarse cada tres o siete días con ese fútbol distinto, con esa valentía en las decisiones relativas a lo estructural y funcional del juego que únicamente le pertenece a los elegidos.
El holandés cambió este deporte, puso la pelota
y las vísceras de mayor calidad al servicio de
sus ideales para burlarse de esas formas que anunciaban que sólo se podría jugar al fútbol desde músculos privilegiados o pretensiones vinculadas a las basculaciones, las coberturas y las ayudas defensivas.
Cuando todos apostaban por el físico, él dobló el reto alineando a un grupo heterogéneo en lo corporal pero afín en lo intelectual.
Y es que Koeman nunca jugaba expuesto, a pesar de no tener acompañante de demarcación; Eusebio podía jugar como lateral, sin desplazamientos de ida y vuelta, o Guardiola se bastaba para acaparar el espacio en el que, en otros conjuntos, juegan dos fornidos atletas, sencillamente porque lo más equilibrado es pasarse la pelota con intención.
Desempolvó una idea rotunda: un equipo no queda unido a través de una estrecha distancia física entre sus elementos, sino que lo junta la pelota, su eficaz manipulación.
Guardiola ha recogido el legado y se ha prometido a sí mismo que tan fastuosa obra no perecerá jamás.
Ojalá que la salud del flaco mejore, que siga ilustrándonos con frases tan sencillas, que no simples, como llenas de contenido convincente.
Su libro jamás enfermará porque es la esencia de este juego, pasarse correctamente aquello con lo que se juega.
Nos ha descifrado el sentido del pase, que no es más, ni menos, que el de mejorar las condiciones circunstanciales de aquellos a los que les entregamos el balón para seguir desajustando el proyecto de quienes se oponen.
Sirva este pequeño escrito para condecorar en un momento difícil al maestro que, como no podía ser de otra manera, pasó su infancia y adolescencia cercano a los muros del estadio del Ajax de Ámsterdam.