Se habla de modelo de juego, de rasgos estables en la organización del juego de los equipos, de generar hábitos comportamentales colectivos que nos hagan reconocibles, en definitiva, de información conceptual codificada al resto y facilitadora de procesos propios. Disponer de principios específicos relacionados con las capacidades de interacción propias resulta de gran valor.
Sin embargo, en muchas ocasiones, esa obsesión por ser un equipo reconocible atenta directamente contra la naturaleza propia del juego y del jugador.