Dos encuentros importantes han bastado para que el fútbol nos vuelva a mostrar que la única realidad se posa en los jugadores.
Los dos partidos entre Barcelona y Manchester City han confirmado una verdad incontestable: los jugadores, sus condiciones inherentes y sus capacidades de interacción pesan más que cualquier idea del entrenador porque estas premisas precisamente son la idea.
En el Camp Nou, Pep imaginó y diseñó un juego donde a través de la cadencia y el intercambio de pases se consumaran dos objetivos, que el Barça no se hiciese dueño y señor de la pelota y que las pérdidas se produjeran con los azulgranas sometidos para así reducir los riesgos de la transición rápida que tanto gusta al tridente formado por Messi, Suárez y Neymar.
Dominar al conjunto de Luis Enrique era la ambiciosa idea, pero varios errores empezaron a generar desconfianza, ansiedad y los delanteros rivales hincaron el colmillo.
En tierras británicas, Guardiola dibujó casi el mismo partido, a pesar de que los analistas del posteriori indiquen lo contrario, pero el contexto originó un plan alternativo.
Sin Piqué e Iniesta la presión alta aumenta el porcentaje de éxito de manera considerable. Si a ello le unimos que al City únicamente le servía la victoria, la ecuación se despeja sola.
Pero lo realmente determinante está en el nombre de los alineados y en las formas de interacción que decidan poner en práctica derivada de sus condiciones subjetivas.
Con la energía de los atacantes y las características de ambos medios centro, los celestes se agrandaron en el quite y se aceleraron en la posterior búsqueda de los espacios deshabitados por los defensores del Barça.
Todo ello, por Pep, o a pesar de Pep, porque tanto si se hizo de manera consciente o sencillamente porque los elementos contextúales lo determinaron, no había otra forma más eficiente de doblegar al Barcelona.
Pep seguirá queriendo el balón como punto de partida en su ideario, pero empieza a comprender algo que lo eleva aún más como entrenador: las prestaciones de los jugadores, nacidas en ese tejido relacional tan sugerente, señalan el camino. Interpretar esto nos hace mejores.
En el último libro de Martí Perarnau, "Pep Guardiola. La metamorfosis", hay un pasaje donde el entrenador catalán habla de David Alaba en estos términos: está
impresionante. Juega de central y de pronto le ves como extremo izquierdo. ¡Acabó como
delantero centro en algún momento! Pero pienso: déjalo, déjalo que vuele, no le cortes las alas, no limites al jugador...
Eso es ser entrenador. "Organizar" las libertades de quienes juegan para instaurar un orden que permita la implementación de conceptos flexibles, adaptables a las circunstancias altamente variables que conforman a este juego