Resulta paradójico, que en una época tan dada al consumo inmediato, a perder el respeto por la trayectoria de las cosas, por los procesos, un longevo guardameta italiano represente la resistencia a tan maquiavélica cotidianidad.
Buffon es, sin lugar a dudas, el máximo exponente de que el ser humano es en sí un proyecto inacabado. Su formación en un fútbol tan clausurado como el italiano, nos evidenció unas cualidades tan enormes como clásicas, es decir, nos mostró su sobriedad, el dominio de los espacios aéreos, así como la dificultad para dar sentido a los primeros pasos
de procedimientos vinculados a la creación de situaciones de progresión. Jugar con los pies no era lo suyo porque sus equipos no construían razones estructurales para que su
técnica fuese educada por referencias posicionales y movimientos inteligentes de los que deberían haber sido los primeros receptores.
A pesar de su talla, y sus aparentes limitaciones motrices, el portero juventino si que poseía algo que suele pertenecerle a los guardametas escasos en centímetros, una rapidez impropia de alguien tan espigado. Con el tiempo, y los pequeños cambios de mentalidad de algunos técnicos, Buffon nos ha enseñado a todos que nunca es tarde para formarse en novedosas cuestiones. Prandelli, Conte y Allegri no renunciaron al uso de los centrales como constructores de ventajas en el juego, con lo que el meta transalpino comenzó a proponer caminos para avanzar con precaución y precisión. Verle con la pelota en los pies, invitando a los rivales a sentirse atraídos, es cuanto menos, la constatación de que la comprensión del juego no entiende de edades, ni de costumbres, sino de predisponerse a hacerlo. Por si fuese poco, el valor de todo cuanto realiza genera plusvalía al estar bañado por un señorío impropio, por desgracia, en estos tiempos tan competitivos.
Verle ganar genera el mismo placer que verlo caer derrotado puesto que en ambas circunstancias elige el respeto al prójimo como referente conductual. La élite, y por arrastre todas las demás categorías, anda justita de estos tipos, de estas personas capaces de exhibir esa solemne capacidad para reinventarse sin la necesidad de perder lo esencial, esa impronta
de deportista mayúsculo con la que dignifican su profesión, su vida