Si nombramos a Víctor Valdés, Manuel Neuer o Marc-André ter Stegen, la mente nos lleva a la definición del portero moderno.
La imposibilidad de recoger el balón con las manos cuando el pase viene de un compañero, junto con la trascendencia de generar superioridades en el inicio de las acciones de ataque, ha hecho que sea imprescindible que el portero domine el juego con los pies.
Casi todos los clubes buscan ese perfil conscientes de la importancia de proponer fútbol con un elemento más.
La presencia de Guardiola en la élite ha acabado creando una tendencia en la que el guardameta se torna prioritario en la adquisición de ventajas durante la circulación de balón.
En definitiva, se buscan porteros que comprendan lo que pueden hacer sus compañeros, y así anticipar decisiones, y se comprendan dentro de esos procedimientos relacionados con el juego de ataque.
En esas tareas, jamás un portero ha tenido tanto impacto como Ederson Santana de Moraes, actual jugador del Manchester City.
Bajo mi punto de vista, el brasileño es el único exponente de su demarcación que no ha tenido que aprender el oficio de jugador de campo. Él ya era un centrocampista mientras crecía jugando al fútbol.
Mientras los demás especialistas asimilan conceptos más apropiados para mediocampistas, Ederson estudia las artes habituales y ancestrales de la portería.
Los argumentos propuestos por Guardiola para que su equipo domine a los distintos adversarios a los que debe enfrentarse van contextualizando las habilidades del guardameta carioca.
Así es como se aprende, generando los contextos en los que las capacidades de cada cual puedan emerger en contacto con las del resto de participantes.
La labor del entrenador no es entender y explicar el concepto, es comprender al hombre que lo porta sabiendo que en la propia subjetividad está la relación.
Y que Ederson aprende, a partir de lo que siente y tiene, lo demuestra el hecho de verle tomando siempre la decisión oportuna