En el fútbol no hay justicia. Eso lo sabe todo el mundo. O más simple, en el fútbol la justicia son los goles. Ambas son ciertas.Y más si consideramos que el fútbol no es más que una parte de la vida y es en esta, en la vida, donde tampoco es fácil hallar la justicia.
En el fútbol no hay justicia ni falta que hace. Donde debiera haberla siempre es en los tribunales. Y tampoco tenemos garantías.
Pero no puedo dejar pasar la ocasión de citar tres casos que son los más recientes que ponen de manifiesto la injusticia en el fútbol.
Estos tres casos son partidos y equipos: Getafe-Bayern, Liverpool-Arsenal y Liverpool-Chelsea.
No creo que haya nadie, ni tan siquiera alemán, que ponga en duda de que si un equipo jugó más y mejor en los dos partidos de UEFA entre el Geta y el Bayern, este fue el equipo del sur de Madrid.
No lo duda nadie y así lo dijo Hiztfeild: casi nos humillan. Sinceramente, lo hicieron.
Pero yo he visto como un jugador, Braulio, tras regatear a Kahn solo en el area pequeña se resbala y no podía marcar. Mala suerte.
Este no es más que un ejemplo, quien haya visto los dos encuentros hasta el Rey y el Principe juntos, lo vieron- no creo que tenga ninguna duda de que si un equipo fue superior y mejor fue el Getafe, que, por cierto, no lo olvidemos desde ahora, no perdió ninguno de los dos partidos ante el Bayern. Ninguno de los dos partidos.
Sin duda el resultado y la eliminacion del Geta fue injusta.
El siguiente caso tiene que ver con, probablemente, uno de los grandes partidos y espectáculos que se pueden ver en el fútbol mundial. Un Arsenal-Liverpool. Lo mismo da que juegen en Londres a que lo hagan en Anfield. El resultado desde el punto de vista del aficionado español, por ejemplo, es igual. Espectacular.
Lo que cuenta son factores emotivos y de calidad en el juego. Ahí el Arsenal, pese a su ligera carencia de extremos o de mejor o peor utilizacion de las bandas, es un gran equipo. Y lo fue ante el Liverpool consiguiendo, en su propio campo, los minutos más brillantes e intensos que yo recuerde en los ultimos años en un campo de fútbol. Pero, y siempre hay un pero, un compañero de Cesc sacó un balón en el área pequeña que iba camino del gol y un claro agarron dentro del area del Liverpool a Hleb no fue pitado y, sin embargo, tras la fantástica jugada de Walcot (que si Ronaldinho o Messi fueran los autores de tal jugada daría la vuelta al mundo) que supuso el gol del empate a 2-2, y casi sin tiempor para festejarlo, otro árbitro pito un penalty a favor del Liverpool cien veces más discutibles que el que le hicieron a Hleb. Ahí se acabó todo para el Arsenal.
El tercer ejemplo es tambien de la Premier League. El Liverpool repite como protagonista acompañado del Chelsea. Aunque algunos puedan no haberlo visto, casi todos lo habrán leído o se habrán enterado. El Chelsea empató en el minuto 95 de partido con un gol en propia puerta del noruego Riise. Un caso más evidente aún, si cabe, de injusticia. Porque al hecho de que te marques en propia meta hay que sumarle la agonía del tiempo del descuento -de lo que por cierto se quejaba Benitez- por qué añadió cinco minutos el árbitro al partido.
Mala suerte. Injusto. Puede. Sobre todo si tenemos en cuenta que el partido, salvo unos quince minutos del Chelsea en la segunda mitad, fue siempre del Liverpool.
Estos partidos y estos casos nos quedan ahi al lado. Los tenemos a mano y frescos en la memoria. Pero el tiempo guarda como joyas algunas injusticias inolvidables.
La última Champions ganada por el Liverpool en Instanbul al Milan nos trae, sin duda, recuerdos épicos. Aquella remontada, aquellos seis minutos, no tienen antecedentes. Nadie habla de injusticia. Por cierto, el Liverpool ganó a los penaltis tras una prórroga en la que el Milan, al igual que durante el partido fue muy superior y mejor. Dukec, hoy suplente de Casillas, fue el héroe.
El Bayern tuvo que vivir la huelga de su santo la noche -hasta ahora irrepetible- del Camp Nou en la que ganaba la Cahmpions uno a cero al Manchester United en el minuto 90 y la perdía dos a uno en el 92. Tras dos goles de corners de los ingleses.
La épica y leyenda de este deporte que, en la mayoría de las ocasiones, olvidamos que es un juego esta repleta de páginas que relatan y dan fe de hechos y partidos, partidos de finales y de eliminatorias no solo de tres puntos, en los que tratando de buscarles racionalidad a todo lo que hacemos nos olvidamos, precisamente, de que el fútbol es un juego irracional.
Y aunque la palabra irracional se preste a malentendidos -en su acepción más popular la cambiariamos por la palabra loco- se puede expresar de otra manera sin recurrir al tópico de que el fútbol esta loco.
Y esa otra manera de decirlo tiene que ver con algo tan evidente como que el fútbol lo juegan personas. Incapaces de controlar sus sentimientos e impulsos. Incapaces de acertar en la toma de decisiones a cientocuarenta o más pulsaciones por minuto y sometidos al juicio y criterio de un juez-árbitro que decide, entre otras muchas cosas, cuanto tiempo se juega, que es o no es penalty o si fue gol o no fue gol. Todas ellas y muchas más que se producen en un partido que acaba siendo el resultado no de la lógica racional -como muchos piensan- o de la táctica en su expresión futbolística, sino producto de lo más auténtico que tiene el fútbol, el comportamiento humano.
De ahí su irracionalidad. De ahí que aún quede mucho camino por recorrer hasta llegar a comprender, no que no exista justicia en el fútbol, que eso lo sabemos todos, no. Lo que no llegamos a comprender es una verdad valiosa y perdurable: que ser razonable no sirve de nada.
Y menos en el juego del fútbol. A las pruebas me remito.