El fútbol acaba por mostrar realidades. La parafernalia montada alrededor del verde puede distraernos un rato, unos días, pero finalmente hay que jugar.
Ahí, toda tontería se desmonta, cada sandez se desmorona, y aparece lo evidente.
Alrededor del Real Madrid, se sostuvo una lógico sumamente ilógica.
Quisieron hacernos creer, por una cuestión de interés, que Cristiano Ronaldo ya no sería una pieza básica en el rendimiento del Real Madrid.
Durante el comienzo de temporada, los fanáticos de la sinrazón, se afanaban en producir una curiosa verdad: el conjunto blanco jugaba mejor sin el astro portugués que con él.
Uno curioseaba cada partido con la sana intención de corroborar semejante declaración.
Los de Julen Lopetegui atacaban multiplicando el número de pases respecto a temporadas anteriores, pero tal caudal de juego no encontraba esa necesidad que suele tener el proceso.
La nula productividad empobrecía la idea hasta tal punto que cada pase se presentaba con un aspecto marchito.
Jugar bien facilita la finalización tanto como disponer de finalizadores posibilita que el jugar bien encuentre su sentido.
No hay nada como la rotundidad en área contraria para sostener un estilo forjado en el pase.
Cristiano Ronaldo es eso, la garantía de que todo procedimiento atacante hallará su ganancia.
Con su marcha, los propietarios del Santiago Bernabéu se han ido empequeñeciendo hasta el punto de llegar al mes de marzo sin ningún objetivo que cumplir.
Eliminados de todo, el actual delantero de la Juventus golea para acercar a los suyos al éxito.
Sin lugar a dudas, Pjanic, Can, Bernardeschi, Dybala o Matuidi han comprendido que la importancia de sus intervenciones depende de la contundencia del siete que les acompaña, aquel que no les molesta y que les espera en el área contraria para ponerle el sello de garantía al documento balompédico redactado.■