Si para algo ha servido el Mundial de Brasil, al margen del campeón, es para demostrar que en el fútbol actual apenas hay distancias. Cualquier selección es capaz de poner en serios aprietos a las grandes potencias. España, Italia e Inglaterra (me parecía que tenía equipo para más) fueron las grandes decepciones, marchándose a casa a las primeras de cambio. La selección española, que llegaba como campeona del mundo, no tuvo piernas ni físico para superar los problemas que le plantearon Chile y Holanda, ambas con defensa de cinco y laterales de largo recorrido. La pena fueron los chilenos, que se despidieron muy pronto del campeonato tras toparse con un larguero en el último minuto de la prórroga ante Brasil. Aún así, Sampaoli dejó claro que ha conseguido crear un bloque muy sólido, donde el colectivo está por encima de las individualidades, aunque estoy seguro de que la cosa podría haber sido muy diferente con un Arturo Vidal al cien por cien. Pero no sólo crece Chile en Sudamérica. Colombia, de la mano de José Pérkerman, se ha convertido en una selección fuerte, con estupendos principios tácticos y jugadores de gran calidad, casi todos ellos en las principales ligas europeas. ¿Y Uruguay? La celeste siempre estuvo ahí.
Con todo esto, las grandes sorpresas de la primera fase depararon unos octavos extraños, con selecciones, a priori, de un nivel secundario. Ahí se colaron Estados Unidos (en detrimento de Portugal), Argelia (dejó fuera a Rusia), Costa Rica (la gran sorpresa del campeonato), Grecia o Nigeria. Selecciones que se están acercando cada vez al primer escalón del fútbol mundial con dos principios muy claros: organización táctica y sacrificio. Sólo les falta algo más de talento las zonas decisivas. Estados Unidos, con mucho mayor potencial económico, tiene más posibilidades en este aspecto. Cuenta con buenos defensas, un gran medio del campo, pero ahora necesita crear jugadores distintos, como el joven Green, talento puro a sus 19 años. Al resto no le quedará otra que seguir trabajando y exportar a sus mejores jugadores, como Costa Rica con Keylor Navas, un fantástico portero tutelado por el gran Luis Llopis.
Hablando de continentes, África y Asia siguen sin dar el gran paso. Es cierto que los africanos colaron en octavos a dos de sus selecciones, Argelia y Nigeria, pero las selecciones africanas siguen cometiendo pequeños errores que cuestan muy caros. En el caso de los nigerianos fue su portero, quien tras firmar una espectacular actuación ante Francia dejó escapar el balón en un saque de esquina. Argelia, por su parte, luchó ante Alemania durante noventa minutos para después encajar un gol nada más comenzar la prórroga. Una clara muestra de relajación. El caso de los equipos asiáticos es aún peor. Corea del Sur y Japón apenas hicieron nada en el campeonato: solo sumaron un punto. No se ve ningún avance en ambas selecciones desde el Mundial que organizaron conjuntamente en 2002.
Australia, también metida en el saco de la zona asiática, llegó a Brasil pensando más en el futuro que en el campeonato. Firmó un digno papel ante Chile y Holanda, pero fue claramente superada por una triste España. No obstante, el equipo australiano sacó buenas conclusiones que le pueden ayudar a crecer de aquí a cuatro años. Su objetivo, como ya han hecho Estados Unidos, Argelia o Costa Rica, es acercarse al grupo de cabeza. Queda mucho para Rusia 2018, pero allí creo que veremos muchas más sorpresas. No descarten que uno de los equipos mencionados anteriormente sea campeón del mundo. ¿Se apuestan algo?