Ser entrenador es principalmente aceptar que el juego de los equipos nace entre quienes se alinean.
Nuestra intervención no puede dejar al margen las capacidades de los que juegan. Únicamente se puede jugar a partir de lo que los futbolistas son y pueden seguir siendo. De todos es sabido que Guardiola ansía convertir el juego de su equipo en algo que tenga que ver con el dominio de la pelota, con manejarla durante todo el tiempo. En el cerebro del técnico del Bayern no hay algo que cobre más fuerza que el hecho de monopolizar el cuero.
Sin embargo, la inteligencia reside en organizar los recursos que existen circunstancialmente en los equipos, y es ahí donde Pep está exhibiendo una versatilidad que sorprende especialmente a quienes pensaban de él que era un entrenador ensimismado en sus ideales.
Las lesiones de sus centrocampistas más pudientes, junto a las de sus dos hombres más desequilibrantes, en un momento clave, nos ha mostrado al Guardiola más flexible. Ha adaptado el estilo de su conjunto, las estructuras y la funcionalidad, como siempre, a lo posible y probable, sin caer en lo pretencioso, y ajustando las exigencias a lo que pueden darle en este momento sus futbolistas.
El de Santpedor sigue construyendo un Bayern a su imagen y semejanza, pero en dicho trayecto no desatiende a lo eventual, jamás menosprecia el nivel competitivo de sus adversarios, sino que hace gala de una readaptación constante para seguir saliendo victorioso de cada enfrentamiento en Liga, Copa y Champions. Con la reentrada de Lahm y Thiago, más el regreso de Ribery, Robben o Alaba, las prestaciones serán mayores y más próximas a la sensibilidad del catalán. Mientras habrá que sobrevivir de la mejor manera posible y bajo el manto conceptual de un fútbol distinto al pretendido.
No dejan de sorprendernos las modificaciones planteadas por el Bayern de Múnich, fundamentadas en las cualidades del rival y en las alineaciones que puede elaborar. Pep sigue creciendo y haciendo crecer una realidad: los equipos son ilimitados en formas.