El proceso ofensivo y sus etiquetas.

Por Álex Couto. Entrenador UEFA PRO

  25/09/2019

El proceso ofensivo y sus etiquetas

El fútbol como deporte de competición ha evolucionado mucho en sus desarrollos pero muy poco en sus fundamentos. Las bases sobre las que se regula el juego y la manera en la que se juega sigue siendo semejante a la que se vivió hace más de cien años. Pero a pesar de ello sigue siendo un juego en constante dinamización porque los elementos fundamentales que lo componen permiten que individual y colectivamente se avance hacia nuevas posibilidades, manteniendo sus fundamentos y sus raíces casi intactas.

Desde la perspectiva del proceso ofensivo, la realidad nos muestra que la tendencia es a etiquetar formas de ataque, maneras específicas de evolucionar hacia la portería adversaria y a definir, matizando sutilezas a veces imperceptibles, teorías ofensivas que tienden a repetirse y como consecuencia de ello a perpetuarse en el uso cotidiano de la profesión.

Atacar significa llevar la pelota hacia la portería rival, de forma colectiva o individualizada con el objetivo de marcar gol. En primer lugar, significa tener la pelota, gestionarla en las diferentes estaciones que componen el viaje hacia el marco rival y finalmente rematar la acción si es posible, con una máxima eficacia que es el gol. Iniciamos, elaboramos, definimos y finalizamos el ataque.

La manera de hacerlo dijimos que podía ser más colectivizada o con tendencias más individualizadas, asimismo, podemos atacar desde una línea más relacional, es decir, utilizando muchos efectivos en el proceso o más directa, utilizando efectivos necesarios y suficientes para cerrar el ataque. Dentro de este marco de acción podemos movernos en procesos alternos, en los que no prevalece uno sobre el otro, sino que se utilizan ambos en función de cada circunstancia.

El ataque viene condicionado por quienes participan por delante, a la altura y por detrás del balón y por quienes presentan barreras defensivas en cada etapa del proceso de desarrollo del mismo. Es por ello que la base sobre la que se fundamenta el ataque radica en las tres variables que dan forma a la fórmula: espacio, tiempo y su resultante, la velocidad. Es aquí donde los ataques tienden a diferenciarse hoy día, o eso al menos es lo que parece.

“Atacar el espacio, generar superioridades posicionales, ganar la espalda para evolucionar y generar situaciones de ventaja en la finalización”, esta relación de conceptos se repite constantemente en los discursos futbolísticos modernos. Ataques donde prevalece o se pondera el espacio, ataques de carácter funcional. Efectivos más juntos para sorprender desde la improvisación final, efectivos lejanos que aparecen para romper la dinámica defensiva adversaria.

El ataque en fútbol nace en la iniciación de la jugada, cuando el balón se pone en movimiento, (si se roba en cualquier espacio del terreno de juego, estaríamos hablando de contraataque), a partir de ese momento se dan cita diferentes elementos que configurarán la dinamización de la jugada. Por un lado los efectivos disponibles cerca de cada poseedor del balón, su movilidad en relación a los adversarios para aprovechar espacios libres existentes o aprovechar espacios libres creados con el propio movimiento individual y/o colectivo y finalmente la velocidad de percepción, acción, ejecución, traslación de aquellos que son partícipes en el juego. El tiempo de ejecución y el tiempo de evolución es consustancial al ataque, lo mismo que los espacios sobre los que se circulará el balón a través de las interrelaciones colectivas y las conducciones individuales hasta llegar a zonas en las que dicho espacio requerirá de menor tiempo de implementación global en el juego. Estamos ante la creación o elaboración de la jugada, en donde la pelota recorre espacios con mayor densidad e intensidad defensiva adversaria lo que obligará a mayores respuestas individuales y/o colectivas de movilidad (principalmente apoyos y desmarques en toda su extensión), aquí participan jugadores que están a la misma altura, por detrás y por delante del poseedor del balón, jugadores cercanos y jugadores alejados que permitirán que la tendencia del ataque sea más colectivizada o menos en función de las elecciones de cada partícipe y su vínculo con  el poseedor del balón en contraste con la defensa global, parcial e individual del adversario.

En este momento del proceso ofensivo se tiende a reducir el tiempo de ejecución y a reducir el espacio disponible lo que conlleva un incremento de las eficiencias y eficacias individuales para dar continuidad al juego, con el objetivo de definir la acción final y terminar el ataque de la mejor de las maneras “deseadas”.

La finalización del ataque surge de la culminación de un proceso de definición del mismo, es decir, llegar a las zonas de influencia en las que podamos desequilibrar a una defensa, bien colectivamente o bien a través de acciones individuales que nos permita lanzar o tirar como acto final. La definición implica disponer de jugadores en espacios relevantes con poco tiempo para ejecutar y con clarividencia para decidir en consecuencia. La finalización radica en dos gestos: rematar tras recibir un pase o un centro, rematar como consecuencia final de una acción individual, bien conducción o bien regate. La finalización es así de exigua, así de contundente, no hay mucho más.

Todo el proceso es incierto y por tanto complejo, desde el inicio hasta el final no sabremos cómo terminará hasta que termine, no sabremos dónde será abortado y por consiguiente, que acciones defensivas inmediatas deberemos ejercer. El proceso ofensivo se fundamenta en la decisión, acción y en el tiempo que tardamos en ejecutar individual y colectivamente cada etapa del mismo, en espacios sobre los que a veces ni tenemos control y ante un rival que busca su máxima eficacia defensiva en cada iniciación, creación y finalización.

Dicho esto, a la forma y manera de llevarlo a cabo se le puede llamar de la manera que se quiera, posicional, funcional, disruptivo, estructural….Será por etiquetas. Pero la realidad nos muestra desde hace más de 150 años que atacar implica dominar la gestión individual de la pelota, el tiempo de decisión y ejecución y la ocupación y aprovechamiento de espacios. Corto o largo, por dentro o por fuera, con muchos o pocos efectivos, más individualizado o menos, todo esto dependerá del momento y de la circunstancia de cada jugada y del estado de las estructuras individuales de cada partícipe. Todo susceptible de ser entrenado y tal y como vemos cada día, igualmente susceptible de ser etiquetado de alguna manera.

El fútbol ofensivo ha evolucionado en su forma pero el fondo sigue siendo tan inescrutable como siempre.

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