Recesión en el fútbol formativo.

Por Álex Couto. Entrenador UEFA PRO

  02/01/2020

Recesión en el fútbol formativo

El fútbol nunca se ha visto tan beneficiado por la disponibilidad de recursos e infraestructuras como hoy día. El juego nunca se ha visto tan limitado si consideramos la cantidad de posibilidades que nos ofrecen para desarrollar su entrenamiento.

Nunca con tanto se ha logrado tan poco y el fútbol de formación es un ejemplo de ello. Las condiciones de entrenamiento han mejorado de manera extraordinaria en la última década, el conocimiento del juego gracias a su estudio y a la aplicación de ciencias y disciplinas complementarias asociadas al fútbol han proporcionado grandes posibilidades de dinamización de los procesos de aprendizaje y su evolución hacia niveles de complejidad superiores. Pero la realidad nos indica que la cantidad de posibilidades no es directamente proporcional a la calidad de los resultados obtenidos. No se trabaja mejor por disponer de más y mejores recursos y eso, que podría demostrarlo cualquier estudio concienzudo al respecto, se encarga de mostrárnoslo cada fin de semana la propia exposición del juego como deporte de competición.

¿Qué está ocurriendo? Sencillamente, hemos confundido la posibilidad de mejorar con la sobreutilización de contenidos que no favorecen el juego en sí mismo. Nos hemos olvidado de jugar en los entrenamientos y ello lleva a que no juguemos en los partidos. Todo esto es fácilmente comprobable en cualquier partido que se pueda ver en fútbol formativo profesional, desde cadetes hasta segunda división B podemos constatar que las jugadas han sustituido al juego y a pesar de que muchos de los elementos que completan el fútbol han sido progresivamente mejorados, el juego en sí ha ido mermando sus potenciales evoluciones.

Hoy podemos ver en categorías profesionales del fútbol formativo a futbolistas con capacidades extraordinarias en el campo de la condición física, todos ellos están en perfectas condiciones para competir, perfectamente capaces de adaptarse a las condicionantes técnicas del juego, se juega más rápido y se aplica parte de la técnica colectiva para poder ejecutar a la velocidad exigida. Los pases y el control se han convertido en el eje central del juego y su dinamización gracias a la tecnología y al estudio de los duelos, han facilitado el tránsito de jugadas estudiadas desde el entrenamiento a los partidos que hacen de los equipos, marcas reconocidas en forma y estilo.

¡Pero, no se juega bien! Básicamente porque no se decide correctamente. Esta es la clave de la evolución futbolística, sobre todo en los últimos eslabones del proceso de formación. Decidir en consonancia con la dinámica del juego. La jugada no se construye, se genera. Nace y evoluciona de manera exclusiva en cada momento del partido a partir de los movimientos de los jugadores sin balón en relación a la propuesta defensiva del equipo oponente para facilitar la evolución y la transmisión del medio, la pelota, a través de la gestión adecuada de las variables más importantes en liza, el tiempo disponible para ejecutar, el tiempo disponible para ocupar el espacio necesario para dar continuidad al juego y la acción técnica de quien posee el balón.

Aquí se muere el futbol. Aquí nacen jugadas que analíticamente se preparan como parte del plan estratégico y que pretenden imponer estilo y rendimiento ante la defensa adversaria. Y lo que ocurre es que si la jugada sale, la dinámica de las interacciones colectivas se multiplican pero si la jugada no sale, lo que viene después es la nada porque el tiempo que pretendemos dinamizar se ralentiza, los movimientos de quienes tienen que ofrecer soluciones no se acomodan a la realidad de la exigencia del momento y la tendencia del rival a cerrar espacios nos lleva a perder la iniciativa y quitarnos el balón de encima para no quedar expuestos en zonas de influencia defensiva.

Esto lo podemos ver cada semana desde juveniles hasta en equipos filiales de conjuntos de primera fila. ¿Y ello por qué? Porque en el entrenamiento hemos dejado de jugar. Jugar siguiendo la propia sustancia sobre la que se sustenta el juego, jugar sin premisas de partida para posteriormente jugar con premisas específicas y finalmente jugar con una estrategia definida asumiendo responsabilidades concretas. Pasar de la táctica básica en la que el jugador asume y se atribuye misiones en función de su posición y la de sus compañeros, eligiendo la técnica adecuada a cada situación para posteriormente jugar asumiendo restricciones establecidas en premisas estudiadas para que las interrelaciones crezcan en el estilo y la forma que queremos jugar para finalmente establecer una línea, direccionada desde la defensa hacia el ataque y viceversa, para plasmar en el terreno de juego una idea colectiva común. Para ello, la jugada no se reproduce, se gesta, se presumen movimientos encaminados a facilitar el juego y el poseedor del balón elige la más conveniente o la más sencilla o simplemente la que percibe en ese momento para dar continuidad al juego. Y en ese juego se pondera la importancia de la técnica individual como elemento resolutorio de situaciones complejas y sobre todo se pondera y se matiza la decisión. Hoy vemos que se construye el juego en la ejecución bien perfilada del control/pase para aprovechar la dinámica del movimiento y así ahorrar tiempo y aprovechar espacio. Bien perfilados, control con el pie más alejado para finalmente encontrarnos con que lo más importante se pierde de manera manifiesta, la decisión y acción posterior al gesto. Es ahí donde nace y se enquista el error, en la indiferencia a la acción posterior y esta es fundamental para el juego bien jugado. Sin acción posterior no hay continuidad y se pasa a defender como consecuencia de la constante pérdida de control del juego.

El fútbol es complejo en su concepción, en su fondo y sencillo en su forma, nunca simple ni banal. El entrenamiento tiene su razón de ser y jugar desde la capacidad para interpretar lo que uno tiene delante y ejecutar desde la iniciativa que nace de una percepción y cognición adecuada es determinante para poder hacer del propio juego algo que facilite la interrelación y la intra-relación de quienes juegan. La incertidumbre es un elemento más del entrenamiento y del juego y es necesario que aparezca para que a partir del error, se fragüe el acierto.

Ruedas de pase, circuitos, rondos condicionados, partidos a varias porterías, todo ello es parte del entrenamiento actual y el jugador tiene problemas con un elemento definitorio en el juego, la direccionalidad. Cuando tiene que dirigir el juego hacia adelante y moverse en consecuencia, tiene graves problemas de ubicación porque no se ha entrenado en condiciones, no percibe todas las posibilidades que el movimiento de sus compañeros ofrece y no detecta los caminos que de manera invisible se van marcando. Al final, por hacer entrenamientos sofisticados acabamos realizando aquello de lo que huimos, entrenamientos cada vez más analíticos.

El control del proceso formativo pasa por el control del proceso de entrenamiento y este pasa por jugar más y por intervenir e incidir menos. Aprender los conceptos debidamente y trasladarlos en función del nivel de los jugadores para no crear dudas ni conflictos y sobre todo no confundir términos. (No es lo mismo un partido condicionado que una situación simuladora preferencial que un partido en el que pretendemos que los jugadores hagan lo que nosotros percibimos y no lo que ellos identifican dentro del propio juego).

Antes se jugaba mejor porque se jugaba. Hoy se juega peor porque se hacen jugadas descontextualizadas con el propio deporte que se practica. Está en nuestra mano la solución, de la misma manera que somos causantes del problema.

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