Leyendas del Fútbol

Vittorio POZZO, el entrenador que hizo grande a Italia.

Hablamos del único entrenador en ganar dos campeonatos del mundo. Vittorio Pozzo, campeón en 1934 y 1938, reinventó el fútbol y algunas posiciones.

  10/02/2015


Algo ha ocurrido con la leyenda de Vittorio Pozzo en el fútbol, no del toda reconocida aunque es el único entrenador en la historia del fútbol en ganar dos Mundiales, y además consecutivos: 1934 y 1938. Pozzo fue la persona que inició una nueva era en el fútbol italiano, casi el padre del estilo que ha mandado en la ‘Azzurra’ durante toda su historia. Su vida, como sus triunfos, también fue de película, ejerciendo primero de jugador en una fútbol italiano en pañales, luego como seleccionador y finalmente como periodista, en el periódico La Stampa.

Nació un 2 de Marzo de 1886 en Turín, en el seno de una familia de clase media, lo que le permitió tener una buena educación: estudió en el prestigioso Liceo Cavour y viajó a Suiza e Inglaterra para complementar su formación. Durante su juventud destacó como un gran atleta, siendo campeón estudiantil de los 400 metros. Años después llevó su espartana formación como deportista a sus entrenamientos e ideas futbolísticas, conocidas como el ‘Método’. Sus virtudes como atleta también le ayudaron para ser futbolista, jugando en la Juventus , en la Plaza de armas de su ciudad natal, aunque llegó a destacar por encima de la media.
Persona emprendedora y capaz de empaparse de sus experiencias, Pozzo quedó fascinado durante su viaje a Inglaterra con el fútbol. Allí descubrió lo que significaba de verdad un deporte que habían inventado los propios ingleses. Al italiano le llamó la atención todo: la prensa, el profesionalismo de los equipo y jugadores y la afición. Su amor por el fútbol y las islas le llevó a mantener una tensa relación con su familia, que le pidió que regresara a Italia para ayudar a su hermano en la empresa de ingeniería que tenía. Pozzo no solo se negó a volver, sino que encontró trabajo como profesor de italiano en Manchester, una vez que sus padres le habían negado los ingresos que todos los meses le hacían. Con el dinero de las clases viajó por toda Inglaterra para ver fútbol también por Francia, Alemania y Suiza. Es precisamente durante uno de sus viajes por las islas donde traba una buena amistas con los jugadores  Charlie Roberts del Manchester United y Steve Bloomer del Derby County, ambos influyentes en su posterior etapa como entrenador. Pozzo también fue un ‘saltamontes’ más en el  Grasshopper suizo entre 1905 y 1906 donde finalizó sus estudios para volver a Italia al final de la temporada. En su biografía aparece como uno de fundadores del Torino formado por una fusión del FC Torinese y algunos disidentes de la Juventus.  Club donde jugó entre 1906 y 1911.

De jugador... a entrenador

Tras colgar las botas, Pozzo aceptó el cargo de Secretario de la Federación italiana en representación de su club como una especie de compensación por el traslado de la sede de Turín a Milán. Sin embargo, nunca se encontró muy cómodo trabajando fuera de su hábitat natural: el césped. Mientras tanto, la selección italiana de fútbol había jugado su primer encuentro internacional el 15 de Mayo de 1910 derrotando a Francia por un inusitado 6-2 en Milán aunque sucumbió días después ante los húngaros por 6 a 2 en Budapest. El equipo era conducido por una comisión técnica formada por directivos, árbitros, ex jugadores con Umberto Meazza a la cabeza. Los resultados no eran muy alentadores hasta que tras un amistoso perdido ante Francia por 4 a 3 merced a errores garrafales del arquero turinés Vittorio Faroppa, sustituto del titular Mario De Simoni que se encontraba lesionado, precipitó el fin de los comisionados.
Las críticas a la comisión técnica por la inclusión del portero fueron el punto y final del ‘comisionado’, que dimitió en bloque, provocando un vació de poder en la selección italiana. Todo tan solo tres meses ante de las Olimpiadas de Estcolmo. El presidente de la Federación, Alfonso Ferrero di Ventimiglia, recurrió entonces a Pozzo,  que a sus 26 años aceptó el desafío de liderar a la selección italiana en la Olimpiadas. Italia perdió sorpresivamente con Finlandia en el debut por 3-2 en tiempos extra manifestando un evidente desacople entre líneas con cinco debutantes y una evidente incomodidad producto de un viaje tan fastidioso como cansador.
A pesar de todo, la organización sueca tenía reservado para los perdedores de la primera fase; una especie de “torneo consuelo” por tan largo viaje. Por ello los italianos se enfrentaron a los locales, a quienes derrotaron por el mínimo marcador. Con dicho triunfo debían jugar frente a los austríacos en el próximo encuentro. El partido fue una tremenda paliza a favor de los representantes de Europa Central por 5 a 1 y representó el primer duelo entre Pozzo y su colega y amigo el doctor Hugo Meisl, con quien mantendría vibrantes duelos en los años siguientes.

Tiempos complicados

Finalizada la participación en Estocolmo, Pozzo renunció al seleccionado y aceptó entrenar a su querido Torino, al mismo tiempo que ingresó a trabajar en la compañía Pirelli, donde llegaría a ostentar el cargo de Director. Su mejor desempeño fue en la temporada 1914/15 donde finaliza segundo detrás del Genoa debiendo suspenderse el torneo cuando restaba una fecha a causa del ingreso de Italia en la primera Guerra Mundial.
Como hemos avanzado en las primera líneas, la vida de Pozzo fue de película, de una épica historia. En 1915 Pozzo se alistó en el Ejército Italiano donde participó en la zona de los Alpes con el Regimiento de Montañistas llegando a alcanzar el grado de Teniente y siendo condecorado por su valentía, fidelidad y heroísmo. Esa experiencia lo marcará a fuego en la dirección y conducción de los grupos con una férrea disciplina y sentido del deber, como así también una esmerada organización de las tareas de cada uno de sus integrantes con la debida solidaridad entre ellos. Se convertirá además en un ferviente nacionalista sin ocultar jamás su gran debilidad por Inglaterra y su fútbol. Algo que le provocó ser perseguido por parte de la prensa tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Al final de la Gran Guerra continuará dirigiendo al Torino hasta 1922 sin grandes campañas, pero destacándose en ese año como asesor de la Federación por impulsar el proyecto de división del Torneo en dos Ligas (Norte y Sur) con el fin de evitar la división entre los clubes más poderosos y los más humildes.  Tras varios años fuera de la ‘Azzurra’, en 1924 es nuevamente convocado para dirigir a la selección en las Olimpíadas de París debido a su anterior experiencia de Estocolmo revistiendo el cargo de “Comissario Urico” y sustituyendo nuevamente a la Comisión Técnica. Esta vez viajan 22 jugadores, de los cuales más de la mitad tenía alguna experiencia en el seleccionado.
Italia vence al fuerte seleccionado español en el debut por 1-0 con un desgraciado gol en contra de Vallana a pocos minutos del final y una desesperada carga española que choca con la infranqueable dupla defensiva central formada por Caligaris y Rosetta. Posteriormente supera cómodamente a Luxemburgo por 2-0 en octavos de final y cae por 2-1 ante los suizos en un encuentro parejo que los suizos desnivelan con un polémico gol de Abbeglen en dudosa posición tras un grosero error de Caligaris. Italia queda eliminado, aunque muy cerca de colocarse entre los mejores cuatro equipos. Pozzo deja nuevamente el cargo a causa de una enfermedad incurable de su mujer que fallece meses después.

Periodista-entrenador

Convocado por el Milan para entrenar su equipo, se traslada a la ciudad lombarda dejando su cargo en Pirelli y siendo contratado por el periódico La Stampa como redactor de fútbol, función que desempeñará por cuatro décadas. Su campaña en el AC Milan fue discreta, finalizando octavo durante la temporada 1924/25 y séptimo en la siguiente donde abandonará la conducción al finalizar la misma.
Y en 1929 volvió a aparecer la selección italiana, comenzando el ciclo más exitoso de la selección azzura antes de la Segunda Guerra Mundial. En su debur ante Portugal goleó por 6 a 1. Pero las cosas habían cambiado desde su última experiencia en las Olimpíadas de 1924. Julio Libonatti, un destacado atacante nacido en la Argentina e hijo de italianos fue el primer jugador sudamericano transferido al fútbol europeo donde recaló en el Torino en 1925. Merced a sus destacadas actuaciones se convirtió en el primer jugador extranjero en vestir la casaca de la selección nacional debutando frente a Checoslovaquia un año después y conformando posteriormente con Rosetti y Levratto una recordada delantera. Con el blanqueo oficial del profesionalismo en 1929 comenzó a disputarse un campeonato único y se categorizaron las series A (primera) y B (segunda). A partir de ese momento llegará un importante aluvión de jugadores sudamericanos, principalmente de Argentina que tentados por el dinero y la fama cruzaron el charco.

Mussolini utiliza al fútbol

Con el ascenso al poder de Benito Mussolini comenzó una nueva vida para los italianos, y también en el fútbol. El régimen, consciente de la importancia del fútbol para manejar a las mas, propició el apoyo incondicional a la Federación y por ende a la selección azzurra, cuyo éxito reflejará las bondades del sistema fascista. Entre otras medidas se permitió que los “oriundi” obtuvieran la ciudadanía italiana, pudiendo representar así al país transalpino a pesar de haber representado anteriormente a sus países de origen. Entre tanto, Pozzo se encargaba paralelamente de dar forma a su equipo con esta ventaja. Debía competir en el Copa Internacional Dr. Geró, un torneo ideado por Hugo Meisl y Henri Delaunay, cuya primera edición había comenzado en 1927 y que constituía une especie de Mini-Eurocopa en la cual jugaban Italia, Austria, Hungría, Checoslovaquia y Suiza partidos de ida y vuelta todos contra todos coronándose campeón el equipo que reunía la mayor cantidad de puntos. Restaba la última fecha frente a Hungría en Budapest. Ambos equipos se encontraban en el segundo lugar con 9 unidades a un punto de los líderes Austria y Checoslovaquia, por lo que quien resultara vencedor se adjudicaba la Copa.
Consciente de la importancia del partido y como una prueba de fuego para sus jugadores, el entrenador Italiano llevó a sus futbolistas en la jornada previa al partido el lugar donde se había desarrollado una de las más cruentas batallas entre Italia y el entonces Imperio Astro-Húngaro con el fin de inculcarles que ellos serían los encargados de vengar aquella derrota militar y que para lograrlo debían luchar como soldados. Sin dudas uno de los primeros ejemplos claros de cómo la psicología puede influir en la mente de los futbolistas.
Hungría poseía uno de los mejores equipos de Europa Central que se destacaba por su buen toque y la elaboración de jugadas que parecían perfectas, sin embargo carecía de firmeza defensiva. El equipo italiano, por el contrario se basaba en la solidez del arquero Combi y los experimentados zagueros Rosetta y Caligaris, todos de la Juventus. Pero el gran acierto de Pozzo sería la inclusión de un joven milanés de 19 años dotado de una gran calidad técnica que jugaba en el Ambrosssiana-Inter llamado Guiseppe Meazza. Con el “oriundi” argentino Raimundo Orsi de la Juventus y el alessandrino Giovanni Ferrari harían olvidar en breve tiempo a Baloncieri, Libonatti y Levratto.
Con el ingreso de Monzeglio del Bologna por Caligaris lesionado en el hombro Italia disputó el esperado cotejo el 11 de Mayo de 1930. Tras un primer tiempo parejo en el cual los italianos vencían 1-0 con gol de “Pep” Meazza, el complemento fue una lección de cómo defender muy bien y aprovechar la velocidad de los punteros Orsi y Constantino y el oportunismo de Meazza. Fue un 5-0 tan sorpresivo como contundente en un reducto difícil y significó la primera copa internacional obtenida por Italia y Pozzo.

Triunfo y alivio

Italia no participó del primer mundial pero sí fue la sede para la organización del segundo en 1934 desplazando a Suecia, que renunció a su candidatura, aunque siempre se sospechó que detrás de esta operación estuvieron Achille Starace, secretaria general de Parido Fascista y el General Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación. Se construyeron estadios y se mejoró la red de caminos y las comunicaciones para demostrar que se podía organizar el Mundial perfecto. Toda una responsabilidad para Pozzo, quien comenzó a preparar al equipo de cara a un campeonato en el que solo valía la victoria. Para ello dispuso de una rigurosa selección de los hombres para los puestos que consideraba claves en su método. La disputa de la segunda Copa Internacional que arrancaba en 1931 sería un excelente banco de pruebas para modelar el equipo.
Pozzo tenía clara su selección. Combi, Rosetta y Caligaris eran inamovibles; Monzeglio y Allemandi (Ambrossiana-Inter) eran un buenos suplentes. En el mediocampo contaba con Pitto del Bologna, Bertolini de la Juventus y Atilio Ferraris (IV) de la Roma. También podían estar Bernardini de la Roma o Colombari del Nápoli. La delantera la podían integrar los extremos Orsi y Constantini, los Cesarini y Gioavanni Ferrari de la Juventus más el centroatacante Meazza. Y como variantes tenía a Magnozzi del Milan y Schiavio del Bologna aunque con otras características.
El ‘método’, así se conocía el sistema táctico del italiano, consistía en formar una fuerte línea defensiva con el retraso del centrocampista defensivo casi sobre los centrales.  Un dibujo muy cercano a la una MM o 2-3-2-3 que se contraponía con el sistema inglés WM que había desarrollado Herbert Chapman en el Arsenal.
El debut de Italia frente a Austria en la Copa Internacional Dr. Geró no pudo ser mejor, venció por 2 a 1 en Milán remontando la desventaja inicial. A partir de aquella derrota, la selección austríaca comenzaría una serie de victorias, algunas aplastantes, que lo convertirían en el mejor equipo europeo sin tener en cuenta a los británicos. Sería reconocido como el “Wunderteam”, con figuras como Sindelar, al que ya recordamos en esta misma sección, Bican , Zischek, Horvarth y Smistik dirigidos por el inefable Dr. Meisl. Los austriacos ganaron la segunda Copa Dr. Geró derrotando 2-1 a los italianos. Un campeonato que no solo sirvió a los de Pozzo para medir sus fuerzas contra los más grandes, sino también para ir perfilando el equipo de la Copa del Mundo.  Un equipo donde destacaba el oriundo Monti. A pesar de superar los 30 años y llegar a Italia con un evidente sobrepeso fue rápidamente puesto en forma por los turineses convirtiéndose en patrón del mediocampo y conformando un gran terceto junto con Bertolini y Varglien que le posibilitó a la vecchia signora obtener el Scudetto durante cinco temporadas consecutivas entre 1931 y 1935.

Y llegó el momento más esperado, con la insólita Reglamentación del torneo preveía que Italia debía afrontar dos encuentros frente a Grecia para formar parte de su propio Mundial. El 25 de Marzo de 1934 Italia venció a los helénicos por 4-0 en San Siro con muchos suplentes y una buena actuación de Meazza y Ferrari dando muestras de la jerarquía existente entre ambos seleccionados aunque sin exigirse demasiado. La revancha en Atenas nunca se disputó, pues los griegos renunciaron conscientes de la superioridad italiana y con temor de pasar papelones ante su público. Aunque otra versión, por supuesto extraoficial, que sugiere que los italianos aportaron el dinero necesario para construir la sede de la Federación local en Atenas para evitarse el viaje y alguna sorpresa desagradable.
El plantel definitivo se formó con los porteros Combi (libre), Massetti (Roma) y Cavanna (Nápoli); Defensores: Allemandi (Ambrossiana-Inter), Monzeglio (Bologna), Pizziolo (Fiorentina), Rossetta (Juventus), Caligaris (Juventus), Ferraris IV (Roma), Castellazzi (Ambrossiana-Inter); Volantes: Guaris (Lazio) i, Monti (juventus), Bertolini (Juventus), Guaita (Roma), Varglien (Juventus); Delanteros: Orsi (Juventus), Schiavio (Bologna), Ferrari (Juventus), Meazza, (Ambrossiana-Inter), Borell II (Juventus) , Demaría (Ambrossiana-Inter), Arcari (Milan).
El 27 de Mayo de 1934 comenzaba el segundo Campeonato Mundial de Fútbol en tierras italianas siendo Roma, Milan, Turìn, Florencia, Génova, Trieste, Bolonia y Nápoles las subsedes.
A la anunciada ausencia uruguaya a causa de la escasa concurrencia europea a Montevideo cuatro años antes, se sumaban una diezmada representación argentina integrada por equipos de segunda división y el aislamiento británico a causa de disidencias entre The Football Association y la FIFA además de su todavía vigente aire de superioridad frente a los equipos más poderosos del continente. El camino de los anfitriones discurrió sin problemas hasta los cuartos de final, donde no pudieron con España en el tiempo reglamentario 1-1. El encuentro se jugó un día después, con cuatro bajas en Italia y siete en el combinado español, entre ellos la del mítico portero Ricardo Zamora. Giuseppe Meazza acabó siendo decisivo con el único gol de un duelo relativamente mortecino.

La victoria citó a Italia con Austria, el equipo de su amigo Meisl. Un encuentro que acabó siendo deslucido por el barro, que convirtió el encuentro una guerra. El triunfo fue para Pozzo, en un triunfo que supuso el final de sus relaciones con el entrenador austriaco. En la final, Italia se midió a una hábil selección checa, que se adelantó en el minuto 70 y pudo haberse llevado el trofeo con todo merecimiento. Sin embargo, motivados de forma tan brillante como siempre por Pozzo, los anfitriones lograron la victoria casi únicamente con su fuerza de voluntad. Otro oriundi, Raimondo Orsi, igualó el partido en el minuto 81 mediante un espectacular remate con efecto. En la prórroga, Meazza estaba cojeando y se dedicaba a merodear en solitario, hasta que recibió un pase de Guaita desde un extremo. El centrocampista del Roma cedió el balón para Angelo Schiavio, quien sólo tuvo que introducirlo en la portería a los cinco minutos de la prolongación. Pozzo fue elevado por sus jugadores como el gran artífice del triunfo italiano, pero él lo sentía de otra manera, aliviado ante la mirada del Régimen Fascita, que utilizó la victoria de la ‘Azzurra’ para su propaganda.

Jugar su fútbol


Los éxitos del entrenador italiano continuaron en los Juegos Olímpicos de 1936, donde ganó la medalla de oro, y en el Mundial de Francia de 1938. El partido más complicado de Italia en el evento de 1938 sería el de la primera ronda, ante una entregada Noruega. Piola logró el gol de la victoria en la prórroga, y Pozzo modificó el equipo para afrontar el complicado choque de la segunda ronda ante Francia en París. Como de costumbre, 'el maestro' estuvo acertado, y el país organizador quedó eliminado con dos goles de Piola. En semifinales, el seleccionador brasileño, Ademar Pimenta, tomó una decisión que se recordaría, al dejar en el banquillo a su pareja atacante titular, Leônidas y Tim, y acabó pagándolo al recibir un 2-1 a manos de una imparable Italia.

Los hombres de Pozzo, que ya habían acabado con el ‘Wunderteam’ cuatro años antes, le robaron el protagonismo a Hungría en Francia. Abrieron el marcador en el minuto 6 con una jugada fluida, que abarcó todo el campo y culminó en un tanto de Colaussi. El empate de Pal Titkos contuvo la marea italiana, aunque sólo momentáneamente. Meazza dio en bandeja sendos goles a Piola y Colaussi antes del descanso. El estilo más pausado y las tácticas anticuadas de los húngaros quedaron cruelmente en evidencia ante los Azzurri. Gyorgy Sarosi recortó distancias para los magiares, pero Amedeo Biavati asistió de tacón a Piola, máximo goleador italiano de todos los tiempos, para dar el triunfo a la selección italiana y permitir que Pozzo entrara en la historia del fútbol.

En 1948, ya con 62 años, el técnico italiano puso fin a su carrea en los banquillos para retomar su papel como periodista. Muchos le criticaron entonces su pasado y su capitulación ante el régimen fascista de Mussolini. Murió en 1968, en Turín, casi olvidado por los aficionados italianos. Pero Pozzo, al margen de sus ideales políticos, hizo grande a su selección y a la figura del entrenador, convirtiéndose en el primero y el único hasta ahora en ganar dos campeonatos del mundo seguidos.

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