Nos han educado sobre las bases del esfuerzo que atrae a las glándulas sudoríparas a hacer su trabajo.
Todo lo que se acerca al sudor, al aspaviento vacío de contenido lo recogemos como producto de liderazgo. Alzar la voz, poseer la capacidad de elevar la voz, o terminar el encuentro como si de una batalla a campo abierto saliésemos, nos parece un ejemplo incontestable de abanderar un objetivo común.