Revista profesional de Fútbol y Fútbol Sala

RFEF - 11-08-2008


Los aficionados españoles al fútbol, y los que no lo son, seguimos saboreando la gran victoria de la selección absoluta en el Europeo 2008. Es un derecho que hemos ganado legítimamente, que nos corresponde y que nos llena de satisfacción. Permítasenos, por tanto, disfrutar.

El triunfo en la Eurocopa ha sido celebrado por millones de españoles y ha constituido un récord en las audiencias televisadas, lo que prueba el enorme valor de este maravilloso deporte. Unos cuantos miles acompañaron incluso al equipo en los seis partidos que disputó en la Eurocopa. Con ellos vivimos momentos irrepetibles. La victoria final en el estadio Ernst-Happel de Viena fue la guinda a un comportamiento que estamos en la obligación de resaltar y de elogiar como debemos elogiar el de las demás aficiones que le dieron al Europeo una gran brillantez.

Los seguidores de los clubes de fútbol y de las selecciones de sus países forman una parte sustancial del tejido de este deporte. Sin aficionados el espectáculo no existiría. Ellos son los que dan color y calor a un fenómeno socio deportivo que ha alcanzado unas cotas elevadísimas. Los partidos de fútbol acogen cada vez a más entusiastas de este deporte y los torneos de clubes y de equipos nacionales que se disputan son la mejor demostración de ello: se llenan los campos, las ciudades se engalanan y la fiesta acompaña al fútbol. Realmente, poco más se puede pedir.

España llegó a la Eurocopa 2008 segura de sus fuerzas, pero precavida ante la de sus contrarios. Decían que no había favorito a priori y así era. Luego, paulatinamente, como sucede siempre, algunos de los aspirantes al triunfo final fueron tomando más cuerpo que otros. Por fortuna, España estaba entre ellos. Los acontecimientos que llevaron al equipo hasta la Copa, después de vencer dos veces a Rusia, a Suecia, a Grecia, a Italia y a Alemania figuran entre los más felices de la historia de nuestro fútbol y fueron los que provocaron un estallido de júbilo como nunca antes se había sentido en nuestro país.

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La trascendencia del fútbol como acontecimiento diario no tiene discusión ninguna; las emociones que provoca, probablemente tampoco. Que miles de aficionados vayan tras los pasos de su equipo nacional (lo que no es exclusivo de España, sino un asunto global) es la imagen de ello; que tantos no provoquen ningún incidente, una prueba de sensatez y de educación cívica que debemos alabar; que millones de personas celebren sus victorias y lo reciban como se recibió al equipo nacional en Madrid, es un suceso sobre el que vale la pena reflexionar. Un suceso que supone un enorme valor añadido a un fútbol, por cierto, en constante y manifiesta expansión.

El título ganado por España en la Eurocopa es el éxito de muchos, fundamentalmente, claro, el de los jugadores que ganaron los partidos y el de los técnicos que le dieron forma al grupo, pero también es un triunfo de los que lo celebraron. Decía yo en la pasada Asamblea del Fútbol español que nuestra selección había conseguido aglutinar en torno a un equipo insuperable a los habituales del fútbol y a los que no lo son, y los hechos así lo han demostrado. La selección española ha conseguido emocionar a los que pertenecen a este deporte desde siempre y lo siguen sin desmayo, y a los que se han sumado a la causa, embebidos en un fútbol magnífico y en alegrías incontenibles. Ésas cosas suceden raramente.

Los aficionados españoles se sienten hoy sumamente identificados con su selección y orgullosos de ella. No podía ser de otra manera. Orgullosos porque saben que son los abanderados de la mejor selección de Europa y número 1 del ranking mundial; identificados, porque participan de su ideario, de su ambición, de su juventud, de la frescura, intrepidez y talento de su juego. Y aunque saben que eso animará a sus próximos adversarios saben, también, que eso le servirá de acicate a España para seguir creciendo.

Angel María Villar
Presidente de la Real Federación Española de Fútbol.

FUENTE: www.rfef.es