Resultó un trabajo sencillo y lucido para el Madrid, con Benzema goleador (lo de Cristiano es normal) y con el Levante ayudando en lo que podía. Fue una noche de paz que dejó al madridismo feliz, al equipo satisfecho, al entrenador tranquilo y al delegado intacto. Una buena entrada en la Navidad y en los cuartos de final de la Copa, territorio en el que habrá que actualizar el GPS.
Pero empecemos por lo extraordinario. Las razones de la implicación de Benzema son misteriosas. Llovía, la humedad se colaba hasta los huesos y apetecía más ponerse un pijama de felpa y unas babuchas con cabeza de reno que pelearse con Ballesteros en la albufera. Benzema, sin embargo, sintió que hacía buena noche. Es muy propio de las mentes inocentes chapotear en los charcos y divertirse con el agua, incluso con los ogros. El caso es que estuvo cerca de marcar a los tres minutos y se estrenó a los cinco. El mérito es doble (o triple) si pensamos que fue él quien acudió al mercado y se cocinó la pularda: robó la pelota, regateó a Xavi Torres con una bicicleta (de paseo) y fusiló a Munúa.
El segundo tanto llegó antes de que el Levante se repusiera del golpe. Todavía veía estrellas cuando Cristiano recuperó en el medio campo, pilló al Levante en enaguas y asistió a Özil, que acompañaba por la derecha. Al turco le tocó poner la guinda y puso dos. Control, pausa y pase a la red. Conste en acta que el Levante siguió la jugada con el brazo en alto por falta de Cristiano a Cerra que pudo existir.
El mayor acto de dignidad del visitante fue ligar media docena de pases a pesar del chaparrón que le atacaba por cielo y tierra. Y de esa combinación nació un centro desde la derecha que estuvo cerca de cabecear con ventaja Xisco Muñoz. Poco más, apenas nada.
Inercia.
El Madrid siguió a lo suyo, muy dinámico, ordenado por Xabi y agitado por Özil, otro genio inescrutable. Sumen la hiperactividad de Di María y a un Granero inspirado, como más adulto, acoplado al pivote. De esa inercia nació el tercero. Cerra falló como jamás puede hacerlo un último defensa y Benzema aprovechó galantemente el regalo. Para el tierno lateral se aconseja un año en la selva de Madagascar alimentándose de bayas y lemures. Para endurecerse.
A pesar de lo indiscutible del marcador el partido nunca fue amable. Hubo leña, codazos y asperezas varias, también sangre. Pero hasta eso se agradeció (visto de lejos y a salvo, claro) porque distinguió el partido de las exhibiciones navideñas que nos rodean.
Benzema, que venía de asistir a Cristiano, marcó el quinto con una sutileza que correspondió a otra de Di María. El argentino le buscó de cuchara y el francés remató con el exterior, fina joyería. Y con los mismos quilates prosiguió el encuentro. Cristiano marcó el sexto tras una acción de Di María (siempre él) y en el séptimo elevó el nivel de la ejecución: pared con Benzema y trallazo para descoser la red.
El último lazo hubiera sido un gol de Morata, pero lo marcó Pedro León al rebañar el despeje de Munúa tras una gran jugada del canterano. Después de ocho goles, no hace falta un nueve. Suerte que lo dijo el partido y no Valdano.
Fuente: www.as.com