Aún nos cuesta entender que el juego es una realidad indivisible. Hablamos de ataque, de defensa, de transiciones en ambos sentidos, de manera absolutamente inconexa, e incluso tratamos de darle sentido a las conductas colectivas disociando lo que por su naturaleza es indisociable. Las cosas se pueden distinguir, pero nunca separar del sistema de relaciones al que pertenecen.
No se puede tratar de forma descontextualizada aquello que hacemos con la pelota ni lo que realizamos cuando no disponemos de ella, puesto que tienen dependencia.
Al jugador hay que educarlo en la observación de que son las circunstancias que se generan del uso del balón las que determinan las posibilidades de organizarnos defensivamente. Sin una visión basada en las teorías sistémicas, y atendiendo a la complejidad inherente a todo proceso vivo y relacional, se hace embarazosa la comprensión del juego.