FUENTE:Diario OLE-CLARIN Sergio Maffei
El pacto final, aquél que él mismo se había propuesto como exigencia de equipo en esta Copa, tuvo además un pacto de silencio. Pocos lo sabían, porque a pocos se lo comentó. De hecho, durante el torneo ni siquiera lo sugirió públicamente. Pero cuentan que Roberto Fabián Ayala tenía la decisión tomada: pasara lo que pasara (todavía más en un escenario ganador), Venezuela lo vería por última vez con la celeste y blanca. Por eso fue que, entre aquellos que habían compartido el secreto y los que intuían el desenlace, no sorprendió la renuncia del capitán.
En la última cena post derrota, con todo el dolor a cuestas, el hombre con más presencias en la Selección anunció su adiós, el fin de su ciclo de 13 años como referente. Quiso que sus compañeros se enteraran oficialmente y, como él no iba a volver a Buenos Aires con el resto (pasó la noche en Maracaibo y se fue ayer por la mañana a Zaragoza, donde hoy será presentado), anticipó el momento. Y dijo basta.
Minutos antes, en caliente, otro histórico como Juan Sebastián Verón también había planteado su despedida, que confirmará en estas horas. Pero la seguridad con la que habló Ayala marcaba claramente que se trataba de una situación meditada. Por supuesto que nunca la imaginó así: como otros de una generación que necesitaba un sorbo de gloria en la Selección, el defensor vio en la Copa América la última oportunidad de ganar algo. Lo repitió varias veces y así lo vivió: en Venezuela, pocas veces se lo notó distendido. Esa obsesión lo mostró serio, compenetradísimo en lo que él sabía, como nadie, que sería su última competencia con la celeste y blanca.
Decir que el 0-3 aceleró todo, que el gol en contra (ése que él mismo reconoció como el que demolió al equipo contra Brasil) fue un elemento más. También que su pésima final lo terminó de convencer de que había llegado la hora de abrirse, parecen razonamientos equivocados. Simplemente, todas esas situaciones lo transformaron en el peor cierre posible. A pesar de eso, resignado a su triste despedida, fue uno de los que tuvieron la entereza de consolar a sus compañeros en la cancha. Ni aun en el peor final abandonó su rol de capitán. Saludó a todos uno por uno y fue, como corresponde, el primero en recibir la medalla por el segundo puesto aunque también el primero en sacársela. Y un rato después, observó con bronca cómo Brasil levantó esa misma Copa con la que él soñó cuatro veces y que el mismo verdugo de camiseta amarilla le impidió ganar en todas esas oportunidades (en el 95, en el 99, en el 2004 y ahora).
Su camiseta, la número dos, más allá de su récord de presencias (incluso, como capitán) quedará indefectiblemente manchada por los fracasos deportivos: lo mostrará en lo sucesivo tirado en el piso, boca arriba, lamentándose en el segundo gol de Brasil, como también alguna vez lo reflejó detrás de la figura de Bergkamp, en la eliminación del Mundial 98 ante Holanda. O como uno de los que falló en la definición por penales ante Alemania, en el 2006, por citar las imágenes más fuertes. Pero a su vez marcará el peso que le dejará a su heredero. Porque a diferencia de Verón, quien más allá de las jerarquías parece tener mejor recambio (Maxi Rodríguez es fija, Belluschi si levanta, Pablo Ledesma, José Sosa...), Ayala muchas veces fue bautizado como el Maradona del puesto, ocupó ese lugar durante más de una década y, a lo largo de ese tiempo, no hubo nadie capaz de asomar claramente como su sucesor. Nico Burdisso fue uno de los que el domingo escucharon su despedida. Tal vez, ahí también, él supo que había llegado su momento...